LA DOBLE CARA DEL MASTOCITO

Los mastocitos son células del sistema inmune que se distribuyen por todos los tejidos, pero especialmente en las principales vías de entradas de los patógenos al organismo: la piel y las mucosas. Desde que se describieron por Paul Erlich hace 134 años, han sido objeto de muchos estudios. Inicialmente estos estudios se enfocaron en descifrar sus características morfológicas y conocer como se distribuían por el cuerpo. Enseguida llamó la atención su relación con determinadas enfermedades alérgicas como la urticaria o el choque anafiláctico. Desde entonces, estas células fueron muy estudiadas por su papel clave en el desarrollo de las alergias. Sin embargo, siempre surgía la misma pregunta: ¿para qué se mantiene a lo largo de la evolución una célula cuya función es activar una reacción dañina para el individuo, como la alergia?. Resolver esta cuestión llevó a muchos investigadores a seguir descifrando al mastocito. Hoy en día sabemos que se trata de una célula que realiza importantes funciones fisiológicas, como reparar los tejidos dañados, favorecer el crecimiento del pelo, la remodelación de los huesos y una buena motilidad intestinal; además, participa en la defensa frente a bacterias, virus, parásitos y hongos y nos protege frente a toxinas peligrosas como el veneno de las abejas o de las víboras. El descubrimiento de las bondades del mastocito no se contrapuso a los nuevos hallazgos que lo involucraron en el desarrollo de otras patologías distintas a las alergias como enfermedades autoinmunes, cáncer, exacerbación de la inflamación por estrés e incluso actuar como célula reservorio del virus del SIDA. Es esta doble cara del mastocito la que hace más atractivo su estudio. Entender las similitudes y diferencias entre la función de los mastocitos en la salud y en la enfermedad, permitirá proponer nuevos tratamientos dirigidos a regular o controlar su faceta dañina o a exacerbar su papel benéfico.

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