La dependencia a una droga se ha definido más por el patrón de comportamiento y los efectos adversos en el propio individuo y en la sociedad que por sus causas o marcadores biológicos asociados. A pesar de que se conoce la existencia de fenómenos neurofuncionales subyacentes a la farmacodependencia, estos no han sido bien caracterizados y se le ha considerado como un trastorno de conducta con una etiología multifactorial.
Los psicoestimulantes son sustancias que actúan sobre el sistema nervioso central y tienen el efecto común de incrementar el estado de alertamiento y la actividad motora, se les conoce también como sustancias simpático-miméticas, ya que incrementan o remedan la actividad del sistema nervioso simpático.
Las drogas estimulantes más conocidas son la anfetamina, metanfetamina, la cocaína en todas sus versiones y el metilfenidato. En el caso de las tres primeras es bien conocido su uso y abuso para fines recreativos y su potencial adictivo. Al metilfenidato se le conoce más por su uso en clínica, particularmente para el tratamiento del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), tan común en la niñez. El mecanismo de acción del metilfenidato es similar al de la cocaína, bloquea la recaptura de dopamina y norepinefrina en la terminal presináptica, incrementando de esta manera la disponibilidad del neurotransmisor en regiones del cerebro involucradas en la locomoción y la sensación de gratificación. Con base en sus mecanismos de acción, se ha planteado que el metilfenidato en edad temprana podría predisponer o facilitar el consumo de otras drogas de abuso, particularmente de la cocaína. Los estudios al respecto presentan resultados contradictorios; sin embargo, a través de ellos ha sido posible conocer más acerca del sustrato neurofisiológico de trastornos de conducta como el TDAH y las adicciones, en los cuales los psicoestimulantes podrían representar la paradoja de la cura y la enfermedad.